lunes, 8 de mayo de 2017

LEYENDA JAPONESA DE LA SEMANA ONIBABA




La cultura japonesa se distingue por tener infinidad de leyendas que dejan importantes moralejas a las personas. A diferencia de nuestras historias, las de hoy es muy violentas y sanguinarias, de modo que el mensaje llega al fondo de la conciencia y crea un cambio de raíz. El siguiente relato es una lección sobre el destino, la desesperación y la deshonra.



Cuenta la leyenda que hace mucho tiempo nació una tierna niña con la bendición de una familia adinerada. Sus primeros años de vida fueron perfectos. Los padres la protegían y ella daba muestras de ser feliz. Sólo había un detalle: la infante no podía hablar. Cuando tenía cinco años la llevaron a diferentes doctores y ninguno podía curarla. Sumidos en la desesperación, la familia acudió con un adivino.


Él les dijo que para darle el don del habla a la niña debían obtener el riñón de un feto y realizar un ritual ancestral. Con la consigna sobre la mesa, los padres se quebraron la cabeza ideando alguna forma para conseguirlo, pero nada parecía ser lo correcto. Su solución fue darle un montón de dinero a su sirvienta y ordenarle que viajara por el mundo hasta que una madre le diera lo que buscaba a cambio de oro.


La sirvienta no podía negarse, pero sabía que no había madre en el mundo que aceptara aquel trueque, porque ella misma tenía una hija y nunca permitiría este sacrilegio. No tuvo otra opción más que salir a buscar el riñón de un feto. Antes de irse le dio un amuleto de protección a su pequeña para que estuviera bien durante su ausencia.



Así comenzó una interminable travesía. Recorrió las aldeas cercanas y después las que se encontraban más lejos, pero no había ninguna mujer que aceptara su petición. Ella sólo pensaba en su hija y cada día se desesperaba más por querer regresar. Pasaron semanas, meses e incluso años, y las cosas iban empeorando. Siguió caminando hasta la población de Adachigahara, donde estableció su hogar en una cueva. La angustia la invadió y perdió la noción del tiempo, sin notarlo, su cuerpo ya había envejecido.

Al ser vieja, estar lejos de su hogar y sin poder ver a su hija, la sirvienta cayó en la desesperación. Atormentada, habló con la primera mujer embarazada que pasó por su cueva, la engañó con artimañas y la invitó a pasar a su escondrijo. Cuando la futura madre entró, la vieja se le lanzó con un cuchillo. De un solo tajo atravesó su vientre y extrajo el tan preciado riñon del feto.



Cuando tenía en sus manos el órgano y la mujer estaba a punto de morir desangrada, la vieja vio el mismo amuleto que hace muchos años dio a su hija. Sí, debido a su desesperación e impulso, la bruja mató a su propia hija y a su futuro nieto.

Qué extraño y trágico puede ser el destino. La sirvienta aceptó la búsqueda con la condición de que su propia hija estuviera a salvo. Entregó todo por ella y quizá no fue la mejor decisión. Desde un principio la mujer sabía que no había madre sobre la tierra que sacrificara a su bebé y aún así aceptó.


Era evidente que pasarían los años sin éxito. Su deseo desbordado por regresar al hogar la cegó por completo, por eso se atrevió a matar a la primera persona que se le puso enfrente. La mala coincidencia es que esa mujer era su hija. Un trágico resultado para una madre que ama sin límites. Pero ¿quién lo iba a saber? Quién diría que el destino le daría una horrible lección.


La vieja se volvió loca por la culpa que sentía tras haber matado a su propia hija. Desde ese entonces se convirtió en Onibaba. El nombre surge de la unión de dos palabras japonesas: “oni”, que significa demonio, y “baba”, que se usa para denominar a las brujas o a las viejas en un tono despectivo.

Es así como una madre se convierte en un demonio, matando lo que más ama en la vida y lo que se suponía debía proteger. Quizá si no hubiera sido tan aprensiva y en lugar de aceptar una tarea absurda hubiera dicho no, nunca se hubiera apartado de su hija y no la habría asesinado.



Desde ese entonces la figura de Onibaba perduró en la cultura japonesa para aleccionar a las madres y a todas las personas las consecuencias trágicas de cometer actos de manera impulsiva. El destino puede tendernos una trampa, pero de nosotros depende permanecer cuerdos y sensatos en todo momento.


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