miércoles, 27 de marzo de 2019

EL DIOS RAGON RYUJIN




Ryūjin,o Ryōjin (龍神 lit.«Dios Dragón»), también conocido como Ōwatatsumi, era la divinidad tutelar del mar en la mitología japonesa. Este dragón japonés simbolizaba el poder del océano. Tenía una gran boca y era capaz de adquirir forma humana. Ryūjin vivía en el Ryūgū-jō, un palacio submarino construido con corales de color rojo y blanco desde donde controlaba las olas del mar utilizando unas gemas mágicas (Kanju y Manju) con las cuales podía apaciguar y embravecer la marea. Tortugas marinas, peces y medusas son a menudos descritos como los sirvientes de Ryūjin.

Ryūjin era el padre de la hermosa diosa Otohime, la cual contrajo matrimonio con el príncipe Hoori. Se dice que el primer emperador de Japón, el Emperador Jimmu, es nieto de Otohime y Hoori. También se dice que Ryūjin es uno de los antecesores de la dinastía imperial de Japón.


Según una leyenda, la Emperatriz Jingū fue capaz de atacar Corea con la ayuda de las gemas mágicas de Ryūjin. Durante el enfrentamiento con la marina coreana, la emperatriz Jingū lanzó la gema Kanju (干珠 «Gema de la Marea Baja») al mar y las aguas disminuyeron. La flota Coreana encalló y los soldados empezaron a salir de las naves. Fue entonces cuando Jingū lanzó al agua la gema Manju (満珠 «Gema de la Marea Alta») y la marea subió, ahogando a todos los soldados coreanos. Un festival anual llamado Gion Matsuri, en el templo de Yakasa celebra esta leyenda.

Otra leyenda que involucra a Ryūjin es la historia acerca de cómo las medusas perdieron sus huesos. De acuerdo con la historia, en una ocasión, Ryūjin quería comer hígado de mono (para curarse de un escozor que padecía, en otras versiones de la historia) y envió a las medusas a que le consiguieran un mono. Cuando consiguieron dar con uno, el mono logró escapar de las medusas diciéndoles que había dejado su hígado en una jarra en medio del bosque y que tenía que irlo a buscar. Cuando las medusas regresaron donde Ryūjin y le contaron lo que sucedió, Ryūjin se enfureció tanto que golpeó a las medusas hasta desquebrajarles los huesos.

lunes, 25 de marzo de 2019

FILOSOFANDO CON PCHAN

El orgullo lleva a la deshonra, pero con la humildad viene la sabiduría.

HACHIKO UNA HISTORIA DE AMOR Y LEALTAD



Hachikō  Nacio en Odate, 10 de noviembre de 1923 -  Muere en Tokio, 8 de marzo de 1935 fue un perro japonés de raza akita, recordado por esperar a su amo, el profesor Hidesaburō Ueno, en la estación de Shibuya incluso varios años después de la muerte de este.
Su nombre se escribe ハチ公 en idioma japonés. Actualmente se lo conoce como Chūken Hachikō (忠犬ハチ公), ‘el perro fiel Hachikō’ (siendo hachi: "ocho", y kō: "leal").




Hachikō nació en una granja cerca de la ciudad de Odate, en la Prefectura de Akita1​. A principios de 1924, fue encontrado por Hidesaburō Ueno, profesor del Departamento de Agricultura en la Universidad de Tokio, a raíz de la muerte de una perra anterior, que le entristeció mucho. Al principio no quería conservarlo, pero su hija adolescente insistió. Hachikō fue enviado dentro de una caja desde la prefectura de Akita hasta la estación de Shibuya (un viaje de dos días en un vagón de equipaje). Cuando los sirvientes del profesor lo fueron a retirar, creyeron que el perro estaba muerto.


Sin embargo, cuando llegaron a la casa, el profesor le acercó al perro una fuente con leche y este se reanimó. El profesor lo recogió en su regazo y notó que las patas delanteras estaban levemente desviadas, por lo que decidió llamarlo Hachi (‘ocho’ en japonés), por la similitud con el kanji (letra japonesa) que sirve para representar al número ocho (八).

La hija del profesor abandonó la casa paterna al quedar embarazada y casarse, para irse a vivir a la casa paterna de su esposo. El profesor pensó en regalar a Hachi, pero pronto se encariñó con el perro, que lo adoraba enérgicamente.

El perro lo acompañaba a la estación para despedirse allí todos los días cuando su dueño iba al trabajo, y al final del día volvía a la estación a recibirlo. Esta rutina, que pasó a formar parte de la vida de ambos, no fue inadvertida ni por las personas que transitaban por el lugar ni por los dueños de los comercios de los alrededores.


Esta rutina continuó sin interrupciones hasta el 21 de mayo de 1925, cuando el profesor Ueno sufrió un hemorragia cerebral mientras daba sus clases en la Universidad de Tokio, y murió. Esa tarde Hachikō corrió a la estación a esperar la llegada del tren de su amo, y no volvió esa noche a su casa. Se quedó a vivir en el mismo sitio frente a la estación durante los siguientes 9 años de su vida. Conforme transcurría el tiempo, Hachikō comenzó a llamar la atención de propios y extraños en la estación; mucha gente que solía acudir con frecuencia a la estación habían sido testigos de cómo Hachikō acompañaba cada día al profesor Ueno antes de su muerte. Fueron estas mismas personas las que cuidaron y alimentaron a Hachikō durante ese largo período.


La devoción que Hachikō sentía hacia su amo fallecido conmovió a los que lo rodeaban, quienes lo apodaron el perro fiel.

En abril de 1934, una estatua de bronce fue erigida en su honor en la estación Shibuya, y el propio Hachikō estuvo presente el día que se inauguró.



Velatorio de Hachikō en la sala de equipajes de la estación Shibuya, el 8 de marzo de 1935. En la primera fila, la segunda mujer desde la derecha, es Yaeko, la viuda de Hidesaburō Ueno. Esta foto fue publicada al día siguiente en el diario Yamato Shimbun.

El 9 de marzo de 1935, Hachikō fue encontrado muerto frente a la estación de Shibuya, Japón, tras esperar infructuosamente a su amo durante más de 10 años. ​Al lado de la tumba del profesor Ueno, en el Cementerio de Aoyama, Minmi-Aoyama, Minato-Ku, Tokio se construyó un monolito con su nombre.

Cuando se le hizo una necropsia (para realizar su taxidermia) en su estómago se encontraron cuatro varitas utilizadas para los yakitori (pinchos o brochetas de pollo ensartado), pero estas varitas no habían dañado la mucosa del estómago, por lo que no fueron la causa de su muerte. Las causas de la muerte de Hachikō se consideraron desconocidas, hasta que en marzo de 2011 se determinaron definitivamente: el perro había sufrido un cáncer terminal y una filariosis (infección de gusanos) en el corazón.


El cuerpo de Hachikō fue disecado y guardado en el Museo de Ciencias Naturales del Distrito de Ueno (Tokio).3Nueve años después (1944) en el marco de la Segunda Guerra Mundial, la estatua de bronce de Hachikō se tuvo que fundir para fabricar armas. Pero en agosto de 1947 dos años después de la finalización de la guerra, se erigió otra estatua de bronce en la salida número 8 de la misma estación Shibuya, aún permanece y es un lugar de reunión extremadamente popular, tanto que en ocasiones la aglomeración de gente dificulta el encuentro.


El 8 de marzo de cada año se conmemora a Hachikō en la plaza frente a la estación de trenes de Shibuya. ​También hay una estatua similar delante de la estación de trenes de la ciudad de Odate (en cuyas cercanías nació Hachikō

lunes, 18 de marzo de 2019

FILOSOFANDO CON PCHAN

FAMILIA: Donde la vida comienza y el amor nunca termina.



GOZU Y MEZU GUARDIANES DEL INFRAMUNDO




Gozu (Cabeza de Buey) y Mezu (Cara de Caballo) son dos aterradores guardias del inframundo o infierno (Di Yu) en la mitología china, donde los muertos tienen su juicio y castigo antes de su nueva reencarnación. Como indican sus nombres, uno tiene la cabeza de un buey, y el otro tiene la cara de un caballo. Son las primeros seres que se encuentran los espíritus al descender al inframundo; en muchas historias directamente acompañan al recién muerto al infierno. Generalmente, se les suele nombrar siempre juntos y, en ocasiones, como una misma deidad.


En la novela clásica china Viaje al Oeste, Cabeza de Buey y Cara de Caballo son enviados para capturar a Sun Wukong, el Rey Mono. Sun Wukog consigue derrotarles y hacerles huir. Baja hasta el infierno para tachar su nombre y el de su gente de la lista de almas, garantizándose así su inmortalidad y la de sus monos seguidores. También aparecen en el viaje del emperador Tang, Tai-Chung, por el inframundo, describiendo hordas de seres demoniacos con cabeza de buey y caras de caballo.

Gozu y Mezu son extremadamente potentes y tienen la fuerza necesaria para mover montañas. Se encuentran entre los principales torturadores y verdugos de los malvados. En caso de que una persona lograra escapar del Jigoku, Gozu y Mezu son enviados a traerlos de vuelta.

Aunque Gozu y Mezu son los guardianes más famosos y representados en el arte, no son los únicos "demonios" con cabeza de animales al servicio del rey Enma. También se dice que hay "demonios" con cabeza de ciervos, tigres, leones y jabalíes que sirven en las filas de los guardianes del Jigoku y operan las grandes cámaras de tortura en donde supervisan el tormento de innumerables almas.
Gozu, Mezu y otros "demonios" con cabeza de animal se originan en la mitología india, que fue importada junto con el budismo a Japón a través de China.

lunes, 4 de marzo de 2019

FILOSOFANDO CON PCHAN



Todo el tiempo que has estado luchando, realmente has estado echando raíces.





LA HISTORIA DEL HELECHO Y EL BAMBU



Había una vez un carpintero que parecía tener su vida resuelta. Tenía su taller, una mujer a la que amaba y dos hijos. Sin embargo, un día comenzó a tener menos pedidos, por lo que empezaron a haber problemas económicos en la casa.

El hombre quería cuidar su trabajo, y para hacerlo comenzó a intentar distintas formas de sacar su taller adelante, pero ninguna daba resultado. Los problemas económicos comenzaron a generarle problemas con su mujer, y los niños, al verlos tristes y peleados, empezaron a tener dificultades en el colegio.



El carpintero se sentía desanimado: nada de lo que hacía parecía tener sentido, puesto que las cosas iban cada vez peor. Un día, a punto de tirar la toalla, decidió ir al bosque a ver a un viejo sabio.

Había caminado una media hora por el bosque, cuando se encontró con el anciano. Este tenía una casa humilde y al ver al carpintero lo invitó a pasar para que tomaran un té. Notó la preocupación en su semblante y le preguntó qué le pasaba. El carpintero le relató sus desventuras, mientras el anciano lo escuchaba atenta y serenamente.



Cuando terminaron de tomar el té, el anciano invitó al carpintero para que fuera a un esplendoroso jardín que había en la parte trasera de la casa. Allí estaban el helecho y el bambú, al lado de decenas de árboles. El anciano le pidió que observara ambas plantas y le dijo que tenía que contarle una historia.

“Hace ocho años tomé unas semillas y planté el helecho y el bambú el mismo día. Quería que ambas plantas crecieran en mi jardín, porque las dos me resultan muy reconfortantes. Puse todo mi empeño en cuidarlas a ambas como si fueran un tesoro”



“Poco tiempo después noté que el helecho y el bambú respondían de manera diferente a mis cuidados. El helecho comenzó a brotar y en apenas unos meses se convirtió en una majestuosa planta que lo adornaba todo con su presencia. El bambú, en cambio, seguía debajo de la tierra, sin dar muestras de vida.”

“Pasó todo un año y el helecho seguía creciendo, pero el bambú no. Sin embargo, no me di por vencido. Seguí cuidándolo con mayor esmero. Aun así, pasó otro año y mi trabajo no daba frutos. El bambú se negaba a manifestarse”.

“Tampoco me di por vencido después del segundo año, ni del tercero, ni del cuarto. Cuando pasaron cinco años, por fin vi que un día salía de la tierra una tímida ramita. Al día siguiente estaba mucho más grande. En pocos meses creció sin parar y se convirtió en un portentoso bambú de más de 10 metros ¿Sabes por qué tardó tanto tiempo en salir a la luz?”

El carpintero, después de escuchar la historia, no tenía idea de por qué el bambú había tardado tanto en manifestarse. Entonces, el anciano le dijo.

“Tardó cinco años porque durante todo ese tiempo la planta trabajaba en echar raíces. Sabía que tenía que crecer muy alto y por eso no podía salir a la luz hasta tanto no tuviera una base firme que le permitiera elevarse satisfactoriamente.


El carpintero, entonces, comprendió que todas sus luchas estaban destinadas a echar raíces. Y que el hecho de no ver los frutos de su trabajo en ese momento no significaba que estuviera perdiendo el tiempo, sino que se estaba haciendo más fuerte.